13 agosto 2021

LA TUMBA DEL DESGRACIADO

En un Panteón de San Juan del Río, que se encuentra en los márgenes del río San Juan, a un costado del Puente de la Historia, se encuentra una de las tumbas más extrañas en el estado de Querétaro, se trata un sepulcro que data del año 1848 y que en su lápida califica al difunto como “El desgraciado”. La historia detrás de este difunto se originó hace dos siglos, cuando Fernando Cárdenas, de profesión comerciante, fue asesinado con arma blanca cuando se trasladaba a la comunidad de La Estancia; cuenta la tradición popular que no se trató de un robo, sino de un ajuste de cuentas, ya que el finado tenía la tendencia de enamorar mujeres casadas.

De acuerdo con Francisco Manuel Flores, quien es trabajador de los panteones, todavía hace 12 años, en estas fechas, familiares del “desgraciado” llegaron desde el estado de Yucatán a visitar la tumba de su tatarabuelo.

Le explicaron al encargado que la palabra “desgraciado” fue grababa en la piedra, por las circunstancias en que fue apagada la vida de su familiar, ya que sin oportunidad de confesarse, Fernando Cárdenas dejó el mundo terrenal sin la gracia y sin el perdón de Dios.



“Esta persona se llamaba Fernando Cárdenas, era comerciante de San Juan y mercadeaba en las comunidades que había en ese tiempo; a parte de eso, el señor gustaba de disfrutar de los placeres carnales y constantemente enamoraba a mujeres casadas…en una de esas, según sus familiares, Fernando llegaba a la comunidad de La Estancia y fue asesinado a cuchilladas, no le robaron nada. Se asume fue un ajuste de cuentas.”
La tumba del desgraciado, cumplirá 12 años sin recibir visita de sus familiares en el día de todos los santos. Cabe señalar que este sepulcro, junto con otras 20 sepulturas, forman parte de los monumentos históricos integrados en el catalogo del INAH, en San Juan del Río.

LA VIRGEN DE GUADALUPE Y EL JESUS NAZARENO


Existe una leyenda sobre la imagen de la Virgen de Guadalupe que se venera en este templo y que es la misma que se conoce sobre el Jesús Nazareno de las Tres Caídas de la capilla abierta:
“Pasaba una carreta cargada de cosas y al pasar justo enfrente de la capilla abierta ésta ya no quiso caminar y atribuyeron a que la calle estaba lodosa, así que con gran malestar se bajaron sus conductores pensando que se había atascado, y comenzaron a bajar toda la carga para aligerar el peso de la carreta hasta que ésta volvió a caminar. Subieron todas las cosas que habían bajado y con gran sorpresa notaron que nuevamente no caminaba, así que tuvieron que bajar de nuevo y aligerar el peso de la carreta descargando las cosas, entre las cuales iba la escultura del Jesús Nazareno, rodaron nuevamente la carreta y comenzaron a subir las cosas excepto la imagen y para su sorpresa la carreta caminó”.
Esto fue tomado como una señal de que la imagen se quería quedar en San Juan del Río. En efecto tanto la imagen de la Virgen de Guadalupe como el Jesús Nazareno de las Tres Caídas, se encuentran hasta nuestros días dentro de estos templos.



LA CARAMBADA

Existe una historia sobre un personaje que ya es parte de la cultura popular mexicana. Existe mucho interés en saber más de esta afamada mujer de nombre Leonarda Emilia Martínez, conocida popularmente como "La Carambada", en especial en San Juan del Río, Querétaro, debido a los supuestos hechos que acontecieron en esta región y que fueron cruciales para el también supuesto asesinato del presidente Benito Juárez. Debo decir que se trata más de una leyenda que de un hecho verdadero.
"La Veintiunilla, señorita (le cuentan a La Carambada en San Juan del Río) es una planta voraginosa a la que algunas personas llaman "chamal" y que crece como al descuido entre el zacate, por lo que el ganado con frecuencia lo engulle, sobre todo cuando está tierna, juntamente con el pasto. A los animales "enchamalados" se les reblandece la espina dorsal y su muerte es cuestión de algunos días. La flor de la planta es un medicamento maravilloso para la angina de pecho, pero si la persona toma el bebedizo sin padecer tal enfermedad, entiendo que contrae dicho mal, pues la enteralgia que le produce es algo terrible, causándole la muerte a los veintiún días de haber ingerido la maldita hierva [...] hoy son rarísimos los casos de envenenamiento con veintiunilla..."
Así es como Leonarda Martínez fue pues hasta Nopala (Hidalgo) a preparar el tóxico con el que supuestamente envenenó al presidente Benito Juárez.
La Carambada es muy conocida en nuestro país, sobre todo porque corre el rumor popular de que la muerte de Benito Juárez se debió a una hierba conocida como la veintiunilla que ella le dio. Su historia se ha basado a partir de lo que cuenta en su libro "La Carambada. Realidad Mexicana" el escritor Joel Verdeja Soussa.
En los tiempos del imperio de Maximiliano de Habsburgo, Leonarda se enamoró de un militar imperialista, y al ser tomado prisionero su amado, acudió a todas las autoridades, incluidos Benito Santos Zenea, en aquel entonces gobernador de Querétaro, y ante el presidente de la República don Benito Juárez, presidente de la República, para solicitar el perdón para su amado. Ante la negativa, juró venganza. Fue así como se hizo bandolera.
La fama de La Carambada trascendió por su agilidad para el manejo de la pistola, el machete e incluso para cabalgar. Sin embargo, se dice que tuvo contacto con una yerbera de Nopala que le enseñó los efectos de la veintiunilla, una yerba cuyos efectos son la muerte de la persona que la toma justo 21 días después de ingerirla.
En San Juan del Río un ganadero les habla de la veintiunilla y de que en Nopala, una vieja la prepara en brebaje para matar. Llegan a Nopala, Leonarda consigue la pócima y arriban a México.
Nunca ha sido confirmado, pero lo cierto es que La Carambada tuvo un contacto con don Benito Santos Zenea veintiún días antes de su muerte. Asimismo, también don Benito Juárez tuvo ese contacto con Leonarda y murió a los 21 días de este encuentro. La causa de la muerte de ambos fue angina de pecho, pero se dice que fue así como La Carambada culminó su venganza.
El destino se prepara para que La Carambada conozca a Guillermo Prieto cuando éste la chulea en un mercado. El poeta de inmediato los acerca con Sebastián Lerdo de Tejada (quien estaba en Querétaro cuando ella fue a pedir el indulto), de tal suerte que son invitados a una cena con el presidente Juárez en casa de Lerdo. Sebastián la presenta con don Benito; el indio de Guelatao tiene excelente memoria, pero por alguna razón no la recuerda.
Su suerte sigue, al grado que a la desconocida la sientan a la derecha del presidente. Algo prácticamente imposible. Seguramente al reciente viudo la deslumbró tanto su belleza que la quiso junto a él.
Así, el universo se confabula para que ella, ante tantos invitados, criados y guardias, le pueda poner el veneno en la copa a Juárez sin que la vean, excepto Lerdo, quien sí lo advierte pero no dice nada, incluso alienta a Benito a que beba. Como presidente de la Suprema Corte, Lerdo sería sucesor del oaxaqueño.
Claro, todo pasaba exactamente veintiún días antes de la muerte del Patricio, si no la yerba dejaría de llamarse “veintiunilla”.
Es pues, el mítico magnicidio de Juárez el que le abre a La Carambada el acceso a una realidad mitológicamente expresada en una leyenda, pero también en la poesía popular y en el espacio geográfico mismo donde tuvieron lugar sus exacciones.
Como en todas las leyendas, la de La Carambada ha llegado a formar parte de las versiones populares. El pueblo hace suyos a los personajes que van siendo parte de su historia local o regional. En Querétaro, no cabe duda, La Carambada es una leyenda, una que se ha tejido de generación en generación con datos cada vez más difusos.
Existe un informe que rindió el Prefecto del Distrito del centro Rómulo Alonzo al gobierno del Estado en el año de 1884, en él dice de la detención de La Carambada y de otros tres bandoleros, documento que bien vale la pena debido a que es histórico, además de que muchas personas que leen o escuchan y viven la leyenda muy difícilmente dedicarían tiempo a investigar en archivos acerca de este significativo personaje de Querétaro.
Es interesante observar que el año de la muerte de La Carambada, que nos cuenta el corrido, ocurrió en el año 1886; es decir, dos años después de que fue aprehendida en la ciudad de Santiago de Querétaro.
Es lamentable pero, a pesar de los avances educativos, el interés del público por asuntos morbosos y frívolos es superior a los estudios de historia. Hay que anotar, que se trata más de una leyenda, o sea, una narración de hechos naturales, sobrenaturales o mezclados, que se transmite de generación en generación en forma oral o escrita. Generalmente, el relato se sitúa de forma imprecisa entre el mito y el suceso verídico, lo que le confiere cierta singularidad.
Recuerden que las leyendas no son más que mitos cuyos detalles varían en el curso de su transmisión, dando lugar a diferentes versiones que no son precisamente hechos reales o verdaderos, tómenlo muy en cuenta.
Para finalizar, y a manera de sentimentalismo por San Juan del Río, existe un libro titulado "La copla en México" editado por Aurelio González en el que La Carambada, en una de sus fechorías, toma el lugar de una mujer muerta en fuego cruzado; pone sus ropas al cuerpo inerte y se viste con las de este para pasar desapercibida y llegar a San Juan del Río y -es aquí cuando viene el sentimentalismo del que hablamos, refiriéndonos en sentido de pertenencia- es bonito leer lo siguiente:
"Yo misma al llegar a San Juan del Río, solté la especie de que La Carambada había sucumbido en el combate sufrido con las tropas del gobierno en la hacienda de La Llave y que estaba tirada en el camino. Ese mismo día exhibieron las autoridades en la Calle Real los despojos de La Carambada, juntamente con los de su caballo, y las armas que le habían recogido. Más tarde en el puente de San Juan, se balanceaba, suspendido en un fresno, el cadáver de la supuesta Carambada por orden del ciudadano gobernador..."

EL AGUILA DE SAN JUAN DEL RIO



En la imagen de arriba podemos encontrar cuatro momentos y situaciones distintas:
La primera de ellas se trata de una de las fotografías más antiguas de San Juan del Río que se conservan, específicamente del período entre 1865 y 1870, es decir la segunda más antigua de las que se puede reconocer el lugar en el que fueron tomadas.
Esto es claramente comprobable ya que en ella aparece el primer águila de bronce que se posó sobre la columna, la cual se instaló en 1865, obra de Nemesio Manilla, artista de la ciudad de Querétaro. 
El águila solamente permaneció un par de años en su sitio, ya que en 1870 un rayo la derribó y en su caída quitó la vida a un aguador que se apoyaba en la base, justo como lo hacían los personajes que apenas podemos distinguir en esta imagen, pues aún no existía la fuente alrededor, ya que se construyó 17 años después.
La columna, que originalmente fuera proyectada para sostener un busto de Carlota I, emperatriz de México y Patrona de San Juan del Río (declarada así por decisión de cabildo), tras la caída del imperio y con el brío nacionalista que vino con ello, fue ahora destinada a conmemorar la independencia de México, siendo así por más de dos décadas, antecesora de la Columna de la Independencia que sostiene a la victoria alada que comúnmente se conoce como Ángel de la Independencia, en la Ciudad de México.
Son sin duda estos elementos, la fuente y la columna, los que le vinieron a dar identidad a la plaza y al centro de la ciudad.
Además de la ausencia de la fuente, podemos ver la plaza pletórica de los puestos del tianguis que se instalaba los domingos y que era la principal fuente de abasto de la ciudad. Algunos de estos puestos también permanecían el resto de la semana, cada vez más, lo que llevó a que tiempo después se viera la necesidad de construir un mercado más formal, que lo fue el Mercado Reforma.
Los árboles de la plaza se ven muy jóvenes en comparación con el tamaño que muestran las fotografías de las primeras décadas del siglo XX, en las que dichos árboles deberían tener una edad mayor a 35 años.
Tanto la primera como la segunda imagen, fueron tomadas del libro de Rafael Ayala Echavarría, en donde se sitúa a la segunda imagen con fecha de 1971, año en que se editó por primera vez el libro, pero es muy probable que se trate de un momento anterior a ese año. En ella vemos la columna ya sin águila, una persona sentada en la fuente y no se alcanza a ver si la otra torre de la parroquia ya tenía o no el reloj, lo que ayudaría a orientarnos sobre la fecha en que fue tomada.
En 1981, como lo documenta la tercera foto (tomada por José Velázquez Quintanar), tras 111 años en los que la columna estuvo sola, fue colocada una nueva estatua, esta vez un águila un poco más robusta, que es la que permanece hasta nuestros días.

12 agosto 2021

EL TAXISTA.



Esta leyenda lleva poco tiempo en la cultura queretana, pues apenas ocurrió el 30 de octubre del 2014.

Se dice que un taxista ruleteaba su vehículo todo el día, por lo cual siempre estaba un poco cansado, pero esto no lo hacía dar un mal servicio. Siempre fue de esos chóferes que respetaba las señales y era amable con sus pasajeros.

Todos los días, ya cerca de las diez de la noche, realizaba su último servicio. Cierto día, cuando ya iba a casa a descansar, cruzó casi toda la avenida principal, la cual conduce al centro. De pronto, vio en la orilla a un joven que le hacía la parada. “Ya estoy bien cansado, pero a lo mejor a este muchacho le cuesta trabajo encontrar transporte a esta hora, mejor sí me lo llevo”, pensó el taxista y se paró junto a él.
El muchacho lleva puesta una sudadera gris con el gorro sobre la cabeza. Al subirse, impregnó el ambiente con un olor a humo – como cuando se quema la leña-. Como el joven no dijo una sola palabra, el taxista le preguntó: Buenas noches, joven, ¿a dónde lo llevó?

Por favor, lléveme a la finca (no se sabe a cuál) que está sobre la carretera a Tequisquiapan.

El chófer condujo hacia ese lugar, pero durante el trayecto el taxista fue observando a su pasajero por el espejo retrovisor, pues comenzó a parecerle al extraño. Desde que él joven subió al taxi, siempre tuvo la cabeza inclinada y no se le veía bien el rostro.
El taxista manejaba y para hacerle plática, le dijo:

¿Y a que va hacia ese lugar amigo? Ya es muy noche y está muy solitario por allá.

A lo que el joven solo contestó:
Voy a una fiesta.

El chófer siguió conduciendo y, por alguna razón que no alcanzaba a comprender, le empezó a dar miedo. Luego sintió escalofríos por todo el cuerpo y sin darse cuenta, comenzó a rezar en su mente. En ese momento, el joven le dijo casi gritando:

¿Por qué estás rezando? ¡Deja de hacer eso!

– No estoy rezando, ni siquiera he abierto la boca.

No te hagas. Claro que vas rezando. No tengas miedo, no te voy a hacer nada, sólo llévame a donde te pedí.

Sin embargo, el chófer no podía evitarlo y nuevamente empezó a rezar.

¡ Te dije que no rezaras! Bájame ya aquí.

El taxista paró el vehículo. El joven solo le dio un billete de cincuenta pesos y se bajó. Antes de arrancar, por el retrovisor vio cómo el joven se desvaneció de los pies a la cabeza. Por lo que se asustó y rápido se fue del lugar.
Al llegar a su casa, el taxista les contó a su familia lo sucedido, un poco incrédulos, sin embargo, no volvieron a tocar el tema.
Días después la hija del taxista, contaba la historia a una compañera de trabajo, la cual escuchó otra maestra, misma qué preguntó:
¿Cómo era ese joven? ¿Era flaco, delgado? ¿Moreno, blanco? ¿Cómo era su rostro?
La hija del taxista se sorprendió un poco por tantas preguntas y aunque le recordó que ella no lo había visto, le contestó:
Mi papá dice que era delgado, alto y llevaba puesta una sudadera gris y un pantalón de mezclilla.

La maestra se quedó pensando un rato y después les dijo:

Ahí mismo, donde le hizo la parada a tu papá, mi ex novio se accidentó en su vehículo y falleció calcinado – dijo mientras las lágrimas comenzaron a recorrer sus mejillas.

– Él era alto y delgado. El día del accidente llevaba puesta una sudadera gris que yo le había regalado en su cumpleaños.

-¿Sabes a dónde iba? – preguntó la hija del chófer.

Sí, tu papá lo llevaba a una finca que tenían los papás de él. Era algo así como nuestros lugar secreto, pues ahí íbamos muy seguidos en la noche a tomar y fumar, incluso hasta hacíamos fiestas sin que nadie se enterara.
Después de contar esto, la joven hizo la petición más extraña, pidió a la hija del taxista que le dijera a su padre que la llevará con él y pasará por él lugar donde encontró al joven.
Poco después el taxista accedió a la petición, fue por ella y pasaron por el lugar donde fue el accidente de su novio, pero fue hasta después de varias horas, que vieron al joven, hizo la parada al taxista y subió a bordo del vehículo en donde iba la ex novia.
El joven sin ver a la chica, solo le pidió al taxista que lo llevará a la finca, al escuchar esto la muchacha, desesperada le dijo:

¿A caso no me ves? ¡Aldo, voltea y háblame por favor?

Pero nada sucedía. El chófer al ver la desesperación de la jovencita, le paso unos pañuelos desechables, al tiempo que un camión cruzaba su camino, provocando un fuerte choque. Cuando el chófer despertó se revisó y no contaba con lesiones, sin embargo la joven ya no estaba con vida. Salió del vehículo y con absoluta claridad, vio a la pareja de jóvenes, caminando juntos y riéndose, como si tuvieran toda la eternidad por delante para estar juntos.

LAS POQUIANCHIS.



Uno de los lugares tradicionales en San Juan del Río, que está lleno de leyendas la antigua casa de “Las Poquianchis”, que se ubica en la calle Melchor Ocampo 38.

Aunque el espacio fue sede de hechos trágicos en la década de los años 60´s, sus actuales moradores desconocen en gran medida parte de la historia que encierran sus paredes.

Fue en 1964, cuando en medios de comunicación de aquel entonces se informó sobre el desmantelamiento de un grupo delictivo que se dedicaba a la “trata de blancas”, y que operaba en Querétaro, Jalisco y Guanajuato. Carmen, Delfina, María de Jesús y Luisa González Valenzuela, conocidas como las hermanas Poquianchis, tenían seis domicilios distribuidos entre los estados antes mencionados. Tras su detención se hizo el cateo de las casas donde se encontró que había restos mortales entre las paredes.

El lugar desde donde se organizaba la red estaba en San Francisco del Rincón, Guanajuato; las jovencitas eran privadas de su libertad, trasladadas a otros estados en donde eran sometidas como esclavas sexuales; de rehusarse, eran asesinadas. El municipio San Juan del Río también fue testigo y partícipe de dichas atrocidades, ya pues en la calle de Melchor Ocampo operaba el centro nocturno conocido como Río Rita y según reportes policiales de la época, también se encontraron cuerpos de jovencitas que se negaron a trabajar como prostitutas.

Actualmente el domicilio es ocupado como vecindad y a los inquilinos se les ha hecho común ver que deambulan sombras por los patios, mientras que durante las noches se escuchan susurros de lamentos que parecen salir de las paredes.

“Hace algunos años teníamos dentro de los Recorridos de Leyenda un espacio a la Casa de Las Poquianchis, pero la gente que vive en la vecindad se molestaba por la presencia de tantos visitantes. Nos pidieron que se respetara su privacidad y por ello es que ya no se realizan estas visitas, en algunas ocasiones los turistas llegan pidiendo información y solamente les damos la ubicación, recordándoles que se trata de un domicilio particular y que la gente no desea ser molestada”.

Cabe señalar que la casona cuenta con 20 cuartos que son rentados en mil 300 pesos al mes, lo cual resulta un costo muy accesible pues incluye el pago de servicios como agua y electricidad; sin embargo, desde hace muchos años no se le ha dado mantenimiento.




LAS BRUJAS DE GALINDO.




El camino para Amealco, muy cerca de San Juan del Río, se encuentra un poblado llamado Galindo. Está rodeado de cerros y de profundas barrancas, y algunas de sus cuevas naturales (de difícil acceso) albergan vestigios de asentamientos humanos muy remotos. Por lo vertical de las paredes que rodean el paraje, sólo los lugareños se atreven a bajar hasta el río que corre por su parte más profunda.
Entre este sitio y el actualmente conocido como Senegal de las Palomas se extienden amplios llanos y un lomerío, donde sólo quedan algunos “manchones” de árboles cual lunares verdes, en los que se refugia una reducida población de aves y pequeños mamíferos, y proporcionan sombra a los pobladores ante el candente sol de altura.
Los habitantes de Galindo mantienen contacto con los de Senegal de las Palomas a través de algunas personas emparentadas; y si bien la distancia que separa a las poblaciones (más de diez kilómetros) les impide verse con regularidad, siempre se enteran de lo que en ambos poblados ocurre. Por lo mismo, en los dos lugares se sabía de la existencia de la bruja del pueblo de Palomas.
Hoy nos parece inexplicable la naturalidad con que en Galindo y en Palomas se veía a la anciana bruja, pues a nadie causaba extrañeza su existencia, sin duda por la fuerza de la costumbre. Nadie recordaba haberla visto cuando joven, pues desde que los pobladores más longevos tenían memoria, la bruja ya vivía en el pueblo, y se decía había llegado desde la fundación del lugar.
Como algo natural, como parte del pueblo mismo y de la propia vida, todos identificaban de inmediato a la pequeña anciana de pelo largo, que por su andar encorvado casi le arrastraba por el suelo cuando lentamente levantaba la cara, ladeando la cabeza para ver al que se le acercara, y a quien invariablemente se dirigía por su nombre mientras le clavaba los cansados ojos, y sin decir otra cosa, moviendo la cabeza lentamente, como negando lo que sólo ella sabía, se retiraba arrastrando un pie y después el otro, y se perdía en el cerro, desapareciendo por largas temporadas sin que nadie supiera nada de ella.
Por sus características, en la zona son frecuentes las tormentas intensas, cuando el cielo se ennegrece y las nubes bajan; el aire cambia y se carga de electricidad. Ante estos signos, los campesinos sabían que en pocos minutos se desataría la tormenta, y temían el peligro que representan los rayos. Conocían también que antes de la tormenta suelen verse unas “bolas de fuego” que brincan de un árbol a otro, ruedan por el pasto húmedo y truenan al chocar con los árboles. Estas bolas se llaman centellas y su contacto es mortal, porque como los rayos son producto de la electricidad estática, aunque algunos les llaman brujas.
Pero la historia que estamos a punto de narrar no se relaciona con las centellas, hasta cierto punto explicables para los pobladores del Senegal de las Palomas. No eran las brujas o centellas normales, que sólo se presentan bajo ciertas condiciones, poco antes de las lluvias. Se cuenta que dos pastores estaban a punto de regresar con sus animales cuando los ruidos en una arboleda próxima los hicieron voltear. En ese mismo momento, una parvada de grandes aves descendió en la copa de los árboles y se escondió entre sus ramas. Al acercarse para ver de qué tipo de pájaro se trataba, miraron horrorizados que estas aves tenían rostro humano, aunque muy feo.
Desde ese momento los pastores se negaron a acercarse siquiera al lugar para llevar a pastar a los animales. Los dueños del ganado no les creyeron, desde luego, pero en un intento por infundirles confianza ofrecieron acompañarlos al lugar, cargando sus escopetas chisperas por si las aves eran “aprovechables”; es decir, las cazarían para comérselas.
Llegaron al lugar y esperaron por varias horas, pero las misteriosas aves no aparecieron. Llegaron las habituales urracas, torcazas y un cenzontle, pero de las grandotas ni sus luces.
Pasaron varios meses, y ya casi al final de la época de lluvias, cuando el campo estaba verde y bordos y charcos se encontraban llenos, ni el ruido de los arroyos pudo ocultar el escándalo que se escuchó al descender nuevamente, en el mismo lugar, la parvada de “pajarotes”. Los pastores ni por el ganado esperaron, salieron corriendo hasta el poblado para regresar acompañados; en el camino encontraron a un grupo de conocidos, a quienes dijeron que no daba tiempo de ir por las escopetas, que “nomás” los acompañaran para que vieran a las aves en los árboles. y con eso se conformaban.
Mientras todo esto sucedía, la noche empezó a caer, y a pocos metros de los árboles pudieron apreciar las aves, de un tamaño mayor que los guajolotes: tenían cara de anciana con ojos redondos, y en lugar de pico, una nariz encorvada, muy notoria en su pequeña cabeza. Entre las plumas en la punta de las alas se asomaban unos dedos huesudos, y gritaban tanto que no se sabía si reían.
Paralizados por la sorpresa y con los pelos de punta, no imaginaban que lo peor estaba por suceder. Una de las aves, cual si fuera un loro, empezó a decir algo que al principio no entendían, pero que segundos después escucharon con claridad: los estaba llamando por su nombre, “como si pasara lista”, decían los que esto vivieron, y repetía los nombres uno tras otro. ¡Sin escopetas, y oscureciendo! Presas del pánico, comenzaron a lanzarles piedras. ¡Tenían ante sí a un grupo de brujas!
Uno de los hombres, llamado Rosalío, arrojó una gran roca con la puntería de quien hace esto a menudo. Dio de lleno en una de las alas de aquellas grotescas aves, y se escuchó un ruido seco, como si algo se rompiera, pero la oscuridad casi total los obligó a regresar con los animales del rebaño que sobraban, porque los otros habían regresado solos. Cuando llegaron al poblado tomaron unos tequilas para bajarse el susto e intercambiaron detalles de lo acontecido. Habían presenciado un hecho inverosímil, y era difícil que les creyeran.
Al día siguiente se levantaron tarde y salieron de sus casas. Nada había cambiado, todo seguía igual en el pueblo: la misma gente, los mismos perros… incluso la vieja jorobada ese día había bajado del cerro y caminaba por donde siempre. Pero cuando la vieron más de cerca notaron algo que les causó gran temor por lo que habían hecho la noche anterior, y se dice que el miedo obligó a varios de ellos a salir del pueblo con rumbo al norte. La vieja tenía fracturado el brazo en el mismo lado donde Rosalío le atinó al pajarote.
Los años han pasado, pero la aparición de las brujas no se olvidado. De la anciana centenaria no se supo nada más. No volvió a verse su encorvada figura, su abundante y desaliñado cabello ni su lento caminar, y sólo quedó grabada en la mente de muchos su mirada cuando, volteando la cabeza, decía el nombre de todos los que cruzaban su camino. ¿En verdad desapareció para siempre, o acaso cambió su apariencia, transformándose en alguien más joven? ¿O quizá heredó sus conocimientos de brujería y manejo de las hierbas a las mujeres que actualmente hacen curas y limpias en el mismo lugar? Esto es fácil de comprobar, pues muchas personas acuden a buscarlas al Senegal de las Palomas. ¿Qué habrá de cierto en estas especulaciones?

JESUSITO DE LA PORTERIA.



Se trata de la imagen de un cristo pintado con carbón, que en varias ocasiones trataron de borrarla, misma que sin explicación lógica aparecía al día siguiente más nítida. Después de un par de ocasiones de intentar edificar una capilla, finalmente se construyó en ese lugar. En la ciudad de San Juan del Río, Qro.
Tras haber matado a su esposa, el celayense Evaristo Olvera fue enclaustrado en 1731 en el convento y hospital de San Juan de Dios, ubicado a la entrada de la ciudad, sobre el Camino Real.
A los tres días de su permanencia en el convento, Olvera pintó sin autorización una imagen de Jesús de Nazaret con una tiza de carbón en la portería del convento.
Muy temprano, al darse cuenta, Agustín Peñaflor, interino del convento por esas fechas, ordenó al osado Evaristo que borrara inmediatamente la imagen, lo cual realizó con un trapo húmedo y en presencia de Peñaflor, así como también del religioso Miguel Mora.
La tarde del mismo día, los religiosos, sorprendidos, encontraron la misma imagen pintada al carbón, sólo que esta vez era más viva o nítida que horas antes.
Entonces pidieron que se borrara con un tezontle, lo cual dejo muy maltratada la pared de la portería.
Posteriormente, el sitio fue blanqueado en dos ocasiones para eliminar los rastros del carbón.
Al siguiente día, la imagen se encontraba más viva que las veces anteriores y procedieron a dar aviso al cura don Antonio Rincón para que examinara el portento.
Asimismo, acudieron los vicarios Trinidad Espíndola y el teniente de partida don Felipe Morda, quienes juntos decidieron que se picara y enjarrara la pared. El señor cura puso a un vigilante para que nadie más pintara la imagen.
A los días siguientes, maravillados, hallaron al señor más vivo y hermoso que antes, por lo que los anteriormente mencionados quedaron convencidos de que el hecho era un mensaje de Dios para que la imagen del divino hijo permaneciera en el lugar.
Las autoridades de la época decidieron hacer una capilla en torno a la imagen, por lo que desde entonces se le conoce como la Iglesia de Jesús de la Portería y los nativos de la zona llaman a la pintura Jesusito de la Portería.




EL BATALLON DE LAS MULAS.






Dentro las leyendas urbanas que se cuentan en San Juan del Río, esta la historia de un señor de avanzada edad que llegó a la Central de Autobuses de San Juan acompañado de un familiar. Abordó un taxi y pidió lo llevarán a los puentes que atraviesan el Río San Juan. Al revisar de uno por uno y no recordar algún indicio de un recuerdo que tenía se regresó a su lugar de origen.
No sin antes comentarle al taxista que él, junto con un grupo de revolucionarios, fue comisionado a comprar armas para la revolución. Mulas cargadas con monedas de plata y oro, porque los gringos no aceptaban otra forma de pago, disimuladas con carbón y leña, pasaron por San Juan. Al ser reconocidos por los federales trataron de escapar, pero ya para ser detenidos dinamitaron las mulas en un hoyo cerca de un puente que atravesaba un río caudaloso.
Los únicos tres puentes que estaban transitables en esos tiempos eran, el Puente de la Historia, el Puente de Fierro y el Puente de la represa de San José en la comunidad de la Llave.
El Puente de la Historia se encuentra en el centro y sería difícil no haberse dado cuenta. El Puente de Fierro es un puente de Ferrocarril poco difícil de cruzar en mulas. Y el Puente de la Llave que aunque más retirado ofrece más posibilidades de encontrar un tesoro.



EL TESORO DEL CERRO DE LAS 3 CRUCES .




Cuentan las historias que durante la conquista, cientos de indígenas en parte los más rebeldes ocultaron sus tesoros para que no pasaran a ser de los españoles.
Querétaro no es la excepción. En el centro histórico de la capital, en el semi desierto y en la zona de la Sierra gorda abundan las leyendas de tesoros enterrados, ocultos hasta que un afortunado o desubicado ciudadano se tope con ellos.
En San Juan del Río también existen estas leyendas. En especial, la del tesoro que se encuentra en la cima del Cerro de la Venta. Muchos lo han buscado, pero nadie lo ha encontrado hasta ahora.

En especial, los más viejos del pueblo ahora ciudad, recuerdan la historia de un joven Isaac que se aventuró a la búsqueda del oro por allá en la década de los 40’s. Isaac era uno de esos jóvenes que amaban el dinero fácil. Le gustaba apostar, y casi siempre se jactaba de tener buena fortuna. Tenía una buena y nutrida vida amorosa, y parecía que todo le salía bien con la excepción de que no tenía trabajo. Decidido a nunca tener que trabajar, y poniendo su destino en manos de la buena suerte que presumía, se fue al Cerro de la Venta para buscar el tesoro. La leyenda contaba que un viejo indio, al ver llegar a los españoles, subió y lo enterró. ¿Qué tan difícil podría ser encontrarlo? Pasó horas ahí arriba. Levantó roca tras roca y paleó innumerables agujeros para intentar dar con la riqueza que estaba en las entrañas de la montaña. Al final de la jornada, ya cuando el sol estaba apunto de terminar su trayectoria, se encontraba sucio y sudado. Decidió continuar al otro día.
Mientras bajaba por el sendero, oyó una voz.
¡Isaac! le gritaron.
Al voltear, Isaac se encontró frente a frente con un tipo raro. Alguien a quien nunca había visto. Era un hombre, a mediados de sus treintas, con una barba de candado y vestido con una capa negra y un sombrero de copa. 
Isaac no pudo evitar soltar una risa al ver el extraño atuendo del hombre.

¿Quién eres y por qué estás vestido así? preguntó, y el hombre contestó: -El diablo.
Isaac no pudo evitar sorprenderse. No era la persona más religiosa de San Juan del Río, pero era temeroso del diablo, el infierno y todo lo que en las familias de aquella época se enseñaba como maligno. Aún así, no estaba dispuesto a creerle a cualquier extraño hombrecillo que se le apareciera a la mitad de la montaña.
-¿Ah, sí?, pruébalo. Dijo Isaac.

Ustedes, mocosos, siempre intentando tentarme. No debería, pero sólo para que no te quede lugar a dudas, se que hace unos minutos estabas pensando que olías muy mal. Mira; El hombre chasqueó los dedos y en un santiamén, Isaac estaba recién bañado y con ropas secas y cálidas.
Al notar su cambio, el primer impulso de Isaac fue correr. Sin embargo, le despertó demasiada curiosidad.
Permaneció callado, esperando la siguiente jugada del demonio. Así como sabía que pensabas que olías terrible, sé por qué estás aquí. Te la voy a poner muy fácil, muchacho. Vas a encontrar eso que estás buscando. Sólo obedece mi señal.
Sin decir más, el hombre desapareció.
Con renovadas esperanzas, Isaac volvió a subir a la cima. Siguió buscando, esperando la señal del diablo para que lograra dar con el tesoro. De pronto, notó que una de las piedras más grandes que había logrado mover, estaba pintada de un rojo pálido, como el color de la sangre. Hacía unas horas, había sido una roca normal. Esa debía ser la señal.

Isaac se dirigió a la piedra y, con mucho esfuerzo, logró levantarla. Para su sorpresa, se encontró con un agujero que no estaba ahí antes. Bajó por él, y con la distancia, la senda de tierra se transformaron en escalones. Unos segundos después, se encontraba frente a miles de monedas de oro puro. Azotado por la avaricia, se lanzó corriendo hacia el primer bonche. Sin embargo, un segundo antes de tocarlo, lo interrumpió, otra vez, la grave voz.
Mírate, tan ingenuo. Amo a los ingenuos. Son las mejores almas, porque casi siempre terminan en el infierno por equivocación.
Isaac volteó y miró al demonio, ahora un poco más alto y con una mirada más amenazante.
¿Ingenuo?- le reprochó Isaac. Tú, que me diste la ubicación del tesoro…

Y sigues; le contestó Satán. Te voy a dar una oportunidad. Mi plan era dejarte que te abalanzaras sobre el tesoro, que te hicieras rico, y que al final de tus días, me encontraras en tu lecho de muerte para cobrarte la deuda. Una deuda de la que ni siquiera sabías. Ahora no puedo creer que voy a decir esto te voy a dar una oportunidad. Isaac escuchaba con atención. La sola idea de aquel hombre en su lecho de muerte le estremeció.
Tendrás una vida de riquezas. Una vida llena de lujos y sin trabajo. La vida que siempre haz soñado. Al final de los días, vendrás conmigo al infierno. Para aceptar, sólo toca una moneda y toma todas. Si prefieres trabajar duro, sudar todos los días, y ganarte el pan día a día… vete ahora, le dijo.
Años después, Isaac no podía negar que lo pensó. Estuvo a punto de abalanzarse sobre las monedas. Sin embargo, su último impulso y finalmente el dominante fue salir corriendo de ahí. Cuando apenas salía, oyó que la voz le gritaba.

¡Una cosa más!, vociferó Satanás. ¡No intentes buscar el tesoro otra vez! ¡Ya no estará aquí!.
Isaac llegó al pueblo corriendo, sin aliento, y con las ropas que tenía antes de encontrarse con el demonio. Al día siguiente se persignó, fue a misa, y consiguió un trabajo como ayudante de su padre.
No obstante, en su lecho de muerte, varios años después, siendo padre de familia y con una empresa propia, alcanzó a ver con el rabillo del ojo que uno de los doctores del hospital tenía una mirada familiar…

LA MUJER EMPAREDADA.





Don José Velázquez Quintanar, cronista emérito de San Juan del Río, hace algunos años escribió este fantástico relato la cual me permito rescatar y compartir con todos. Aquí la leyenda de La Emparedada.
Aquel militar había llegado de la ciudad de Puebla, en donde permaneció después de la fragorosa batalla del 5 de mayo de 1862, en la que participó con el grado de Mayor de Caballería, bajo las órdenes del general Negrete y también en la derrota de trece días después sufrieron ante los franceses en la ciudad de Barranca Seca, cercana a Orizaba en Veracruz, donde fue hecho prisionero por las fuerzas que comandaba el general conservador Leonardo Márquez; a pesar de haber sido derrotado, los conservadores reconocieron en él su capacidad y valentía de militar y, al aceptar seguir la lucha al lado de los conservadores, le fue otorgado el grado de Teniente Coronel.
Años después, Vicente Cuevas Sánchez, ya con el grado de Coronel, se hospedó en el Mesón de San Pablo, ubicado sobre la Calle Real de San Juan del Río, que estaba frente a la antigua Colecturía de Diezmos, amplio edificio que había sido acondicionado para recibir al batallón de caballería que comandaba el coronel Cuevas, en aquellos aciagos días en que los liberales y conservadores dividían al país en dos corrientes.
El coronel Cuevas recibió su cambio a la ciudad de San Juan del Río, pero hasta el año siguiente consiguió casa para traer a su esposa a radicar.
Por eso días la familia Macotela, una de las más importantes de la ciudad, había desocupado la “Casa de la Buganvilia”, ubicada en la Plaza del Sol (actual Plaza de la Independencia) frente al templo parroquial, y le fue facilitada al coronel Cuevas para que viviera en ella bajó el pago de una módica renta.

En poco tiempo el militar y su esposa doña Emilita, hicieron muchas amistades entre la mejor sociedad sanjuanense pues eran invitados siempre a cuanta fiesta o sarao se organizaba, a tal grado que la admirable pareja era indispensables en cualquier evento social.
Vaya que se llevaron bien. Vicente cuevas, de cuarenta y dos años, era de muy buen carácter, a pesar de la disciplina militar, era apuesto con su traje de gala o aún, cuando vestía de paisano, usando una texana de fieltro gris. Emilita era una encantadora poblana de cabello negro y ojos de gran pestaña, que gustaba vestir a la última moda francesa de muy buena calidad; era alegre, atractiva y fácilmente hacía amistades.
Pasaron algunos meses, tiempo en que el coronel debía ausentarse de la ciudad para supervisar los cuarteles de Toluca y Morelia quedando sola doña Emilita, en la Casa de la Buganvilia.
Una de las veces que el coronel regresó a San Juan de improviso, se dio cuenta de que Emilita le engañaba al sostener amorío con alguno de aquellos principales del pueblo y, aunque hizo el coraje de su vida, su rango y disciplina le obligaron a ser cauto.
Sin embargo, sus visitas a San Juan fueron más frecuentes, hasta que un día que llegó ya tarde y sin anunciarse, comprobó que, amparado por la oscuridad de la noche, un sujeto entraba a su casa, la Casa de la Buganvilia, y tardaba demasiado en salir, por lo que tomó la decisión de cobrar cuentas y el honor que sentía mancillado.
Esa noche se escucharon balazos, pero los vecinos nunca supieron el motivo; sólo se supo luego que el coronel había ocupado un albañil para hacer algún trabajo en la Casa de la Buganvilia.
Pasaron los días y el coronel seguía llegando a la casa como de costumbre. Se le veía sólo y las amistades que preguntaban por Emilita, él les explicaba que la había trasladado a Morelia, lugar donde el coronel más tiempo vivía.
Nadie insistió en preguntar por Emilita y al poco tiempo el coronel Cuevas definitivamente hubo de cambiarse a la ciudad de Morelia a radicar.

Al poco tiempo, la familia Macotela alquiló el inmueble a otra familia y después a otra, quedando en el olvido la estancia en San Juan del Río del coronel Vicente Cuevas y su esposa Emilita.
Pasaron ochenta años. Todo en la ciudad de San Juan había cambiado. El sistema de gobierno, la economía, el desarrollo de la ciudad le había dado otra fisonomía.
Las casas del centro de la ciudad sufrieron remodelaciones por mantenimientos y la Casa de la Buganvilia, por ser demasiado grande, hubo que dividirla en dos para atender mejor a las solicitudes que en vista de ese progreso, aumentaban. En una de esas remodelaciones tocó que al destapar una puerta en la Casa de la Buganvilia, se encontró entre pared y pared un esqueleto que pendía de un mecate amarrado a una fuerte alcayata, cubierto con ropajes femeninos de moda del siglo antecedido y, hurgando entre los restos de aquel cadáver, se encontró un trozo de papel amarillento en el que se adivinaban algunas palabras. “Emilita te he querido como a nadie, pero por pérfida te dejo aquí para siempre”, fue el mensaje. Ahí estaba la mujer emparedada.
Nadie supo nunca quién fue aquel sujeto que de cuando en cuando escucharon los vecinos correr por los tejados de la Casa de la Buganvilia.

EL PUENTE DE LA HISTORIA.


En 1711 fue concluido el hoy monumento y símbolo de la ciudad, el Puente de la Historia, que se alza sobre la parte sur del rio San Juan.

Este puente fue durante mucho tiempo la única entrada a San Juan del Río y por él han pasado, desde hace trescientos años desde cargamentos de minerales que iban del norte a la capital hasta tropas insurgentes y revolucionarias que buscaban la libertad. Su construcción inicio en febrero de 1710 por orden del Virrey Don Francisco Fernández de la Cueva duque de Albuquerque, quien ordeno al arquitecto Pedro de Arrieta el diseño del mismo. Sin embargo, por más que el arquitecto hiciese sus cálculos y los corrigiera, el puente no dejaba de caerse.

Cuenta la leyenda que cada vez que esto sucedía, se le aparecía el diablo a Pedro de Arrieta advirtiéndole que no dejaría de tirar su obra hasta que hiciese un pacto con él, cosa que le horrorizaba. Después de muchos intentos infructuosos los constructores aceptaron el trato, cuál fue su sorpresa al saber que tenían que enterrar un niño en cada columna del puente, y así, sus almas sostendrían la construcción, dándole la solidez que le faltaba.

Actualmente no sabemos si finalmente aceptaron o no, solo sabemos que en más de 300 años el puente no se ha derrumbado. Algunos aseguran que si un niño juega cerca del puente durante una lluvia fuerte su alma cambia de lugar con la de los niños enterrados.






LOS TACONES DORADOS.


En el pueblo de San Juan del Río, en el estado mexicano de Querétaro, solía vivir una joven llamada Mary Bella en la calle de Abasolo. Mary Bella, que había nacido en una familia de clase alta, hacía honor a su nombre; pues era bastante hermosa, siendo su principal rasgo unos hermosos ojos azules.

Jamás pasó por problemas, carencias o desgracias; pues había tenido la fortuna de pertenecer a una de las familias más conocidas del pueblo; siempre vestía elegantemente, con vestidos carísimos y zapatos de toda clase, entre los cuales destacaban unas zapatillas doradas de tacón. Pero por alguna razón, Mary siempre estaba triste y su principal hobby consistía en ir a caminar por el pueblo por varias horas.

En uno de esos paseos, Mary se encontró con un hombre mal encarado que salía de un local de dudosa reputación. Al verla, el hombre quedó prendado de ella; pero pronto se percató de que no había forma de que ella le correspondiera.

Mary Bella continuó sus paseos por meses, siempre saliendo de casa por las tardes y regresando ya hasta altas horas de la noche. Jamás se le veía acompañada, y ningún caballero intentaba cortejarla pues sabían a qué familia pertenecía.

Durante un día de septiembre, la joven fue a la estación de ferrocarriles de San Juan del Río, atraída por la noticia de que había llegado un nuevo modelo de tren; una máquina moderna, rápida y extremadamente elegante. Mary Bella permaneció ahí hasta eso de las ocho de la noche, cuando el sol ya había desaparecido y la luna se alzaba brillante en el cielo.

Al darse cuenta de que ya era tarde, decidió correr de vuelta y tomar un atajo para llegar más rápido. Para su desgracia, ese error sería el último en su vida. A mitad del camino, un forajido le dio alcance y la subió por la fuerza a su automóvil. El hombre apestaba a alcohol, y Mary Bella intentó defenderse golpeándolo con un tacón; pero sin resultado alguno.

Furioso y ebrio, el hombre detuvo el auto en un paraje desolado, golpeó a la chica hasta dejarla inconsciente y después abusó de ella. Sabiendo quien era y lo que había hecho, no le quedó de otra más que matar a la hermosa joven.

La familia de Mary Bella movilizó a todo el pueblo para realizar una búsqueda exhaustiva, pero jamás dieron con ella. Del hombre no se supo hasta que, tiempo después, regresó abatido por la culpa y confesó sus crímenes a los padres de la joven; muriendo poco después por una enfermedad.

Hoy, el baldío donde Mary Bella fue ejecutada y enterrada por el criminal, es sede de una unidad habitacional. Y hay quienes dicen que pasada la medianoche, puede escucharse el andar de unos tacones por las calles; acompañados por el reflejo de unos elegantes zapatos dorados.



EL PERRO DE LUCIFER



Cuenta la historia que en la época de la colonia, cuando San Juan del Río era apenas un conjunto de calles sin mucho orden, nació un perro callejero que no era como cualquier otro, pues muchos de quienes presenciaron su nacimiento, aunque sea con el rabillo del ojo, aseguraron que nació de un resplandor rojo.

Pasaron los días, las semanas y los meses, el can creció para convertirse en un perro callejero más, aunque de inusual belleza. Tal vez esto fue lo que motivo a Hermenegilda Gámez, una anciana del pueblo que toda la vida había quedado soltera, a tomarlo y llevarlo a su casa (en la calle Cuauhtémoc), donde le dio cobijo, agua y alimento. Sin embargo, no contaba con lo que sucedería con el can. Una noche, el perro ya mimado miró a la luna llena. El animal se retorció por varios minutos. Sus patas incrementaron. Sus colmillos se afilaron. Sus ojos pasaron e ser tiernos a ser sólo un par de motas negras que miraban con odio aquel resplandor nocturno.

Salió de la casa de la mujer que le dio cobijo. Corrió a por las calles del centro, arremetiendo por las ventanas de las viviendas (que en ese entonces no eran muy resistentes) y llevándose a los niños. Varias noches repitió la hazaña. Los pobladores primero se negaban a creer que esa fuera la causa de la desaparición de sus infantes. No fue hasta que un hombre borracho que salía de una cantina alcanzó a verlo corriendo a toda velocidad, que comenzaron a formarse los grupos de búsqueda para darle caza. Más astuto que los hombres que noche tras noche lo perseguían, fue un sacerdote que decidió esperar a que saliera el sol. Convencido de que el animal era un demonio tomando la forma de perro, se dio cita en la casa de la mujer a los primeros rayos de luz. Sin preguntarle a la viejecita, que entre lágrimas aseguraba que no era su cachorro el que cometía aquellas maldades, el clérigo entró y le clavó un cuchillo al can, que en defensa propia le mordió la mano. La sangre, que brotaba a chorros, empapó las ropas del hombre, que con la enorme herida, vio como el perro moría debido a la apuñalada.

Algunos días después, un campesino que se encontraba en las afueras, encontró una cueva que pareciera hecha por hombres donde estaban todos los niños y niñas. Tenían algunas heridas, pero vivos. Ese mismo día, el sacerdote murió. En la cueva, encontraron el número 666 marcado con al parecer sangre.